por Jorge Raventos
A partir de ayer reina -legalmente- un silencio de encuestas hasta que el próximo domingo todas ellas sean superadas por ese gran censo de opinión en que se han convertido las “primarias abiertas simultáneas y obligatorias” (PASO), que en lugar de definir quiénes serán los candidatos de cada partido sólo son obligatorias para convalidar a aquellos que ya fueron designados por los respectivos vértices.
Inflación de encuestas
En cualquier caso, no es un dato insignificante la inflación de estudios demoscópicos que tuvo esta campaña. Considerando el costo de cada uno de esos estudios, ellos parecen un desmentido a la idea de que estas elecciones estarían signadas por la sequía de recursos, que los partidos no tendrían la financiación holgada de otras oportunidades. Si hay que juzgar por la abundancia encuestológica los fondos no escasearon. Algunas son bancadas por los partidos, otras por el sector público -que tiene un argumento (o una coartada) de servicio para averiguar las inquietudes de los ciudadanos y husmear de paso sus opiniones-; a menudo los sondeos representan un aporte en especie de grandes empresas a los partidos.
Con técnicas y criterios diversos, la mayoría de las encuestadoras considera que en las PASO prevalecerá la oposición. La variación más importante se encuentra en los puntos de distancia que cada una observa entre Fernández-Fernández y Macri-Pichetto: muy pocas la ubican en el rango del empate técnico (es decir: ventajas leves para los primeros); muchas ven diferencias superiores a los 4 puntos; alguna estira esa ventaja a más de siete puntos.
El virtual empate que una de las firmas más prestigiosas decretó en la decisiva provincia de Buenos Aires entre Axel Kicillof y María Eugenia Vidal cuando se enfrentan mano a mano (es decir, sin considerar a los candidatos presidenciales de sus boletas) se convierte en victoria de Kicillof cuando la encuesta pregunta sobre la boleta completa: Mauricio Macri representa un peso para la gobernadora, mientras Fernández y la señora de Kirchner sostienen bien a Kicillof. Por otra parte, aún aquel empate debería ser preocupante para el oficialismo, ya que en muestras anteriores, cuando se los consideraba aisladamente, la gobernadora tenía una ventaja de varios puntos sobre el ex ministro de Economía. El empate actual estaría indicando un retroceso propio, independientemente del factor Macri.
Fortalezas oficialistas
Pese a que el paisaje no es en apariencia alentador, el oficialismo, admitiendo que (“todavía”, “por ahora”) está relegado en las encuestas no depone su optimismo.
Entusiasmado con la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de recortar las tasas de los bonos norteamericanos (que vuelve a suscitar el sueño de la lluvia de inversiones), el gobierno exhibe con esperanza signos que considera constituyen una tendencia (aunque teme que se trate de una tendencia parsimoniosa).
La medida de Trump, por otra parte, fue uno de los factores que volvió a hacer brincar al dólar esta semana: subió 3 por ciento desde el viernes 26 de julio (y 6,3 por ciento en un mes).
Pero el oficialismo evidencia capacidades estratégicas. Entre ellas se destacan cuatro: mantiene una campaña trabajada con sofisticada tecnología y muy disciplinada (apegada casi verticalmente a un guión y a un reparto preciso de papeles del que ni siquiera Elisa Carrió se desmarca demasiado); al ser gobierno, está en condiciones de apoyar su campaña en actos e inauguraciones; no pierde el elogio decidido del gobierno de Trump (el secretario de comercio del republicano, de visita en Buenos Aires, reiteró que “apoyan mucho las políticas de Macri” y “el buen trabajo que ha hecho cumpliendo los objetivos del FMI”). Finalmente, disfruta del respaldo indisimulado de los medios dominantes, que cuentan rigurosamente las costillas de las fuerzas que sostienen la fórmula Fernández-Fernández, reflejan multiplicadamente (a veces inclusive con espejos deformantes) los errores, tonterías, barbaridades, improvisaciones o simples comentarios descontextualizados de sus protagonistas o simpatizantes, inclinando la cancha con un sesgo escasamente imparcial. Son las reglas del juego.
Fernández y el endeudamiento
Alberto Fernández procura compensar esas desventajas potenciando las propias fortalezas. Principalmente los apoyos provinciales, representados por una legión de gobernadores en los que confía para complementar en el interior la vigorosa performance que espera concretar en el conurbano. Los gobernadores serán estrellas del acto de cierre, que se producirá en el monumento a la bandera y contará con la presencia de los principales candidatos. La fórmula se mostrará unida en el cierre de campaña.
El candidato Fernández ha intentado con relativo éxito desplazar el debate al terreno de mayor debilidad oficialista (sus resultados económicos); si le cuesta explotar con mayor eficacia esa cuerda es principalmente por carecer de correas de transmisión adecuadas que comuniquen con alcance y neutralidad sus opiniones. Así, habitualmente se ve empujado a la defensiva, para protegerlas de interpretaciones adversas. Cuando advierte sobre la herencia que podría recibir, un coro lo condena por destituyente (¿esa palabra no la inventaron los kirchneristas?).
Esa crítica omite un dato más interesante que cualquier calificativo: cuando promete que financiará aumentos a los jubilados o el restablecimiento del rango ministerial a la cartera de Ciencias y afirma que lo financiará con algunos puntos de los 60 (o más) que el Banco Central paga a los bancos que toman sus letras (Leliq), Fernández está discutiendo las armas que el gobierno utiliza para mantener quieto el dólar antes de las elecciones. Más aún: Fernández afirma que “todo el mundo sabe que el dólar está subvaluado”.
Es decir, afirma la necesidad objetiva de una devaluación.
Lógicamente espera no tener que hacerla él si le toca gobernar, preferiría que esa bomba de relojería (el Central ya ha emitido Leliq en aquellas condiciones por valor de más de 1,3 billones (millón de millones) de pesos. Ese endeudamiento será “herencia recibida” del próximo presidente, sea quien sea.
La futura “herencia recibida”
Un economista que no tiene nada de kirchnerista -Agustín Monteverde- coincide con Fernández cuando señala que “las altísimas tasas de interés -que superan la tasa de retorno del capital para cualquier sector de actividad- y el voraz endeudamiento cuasi fiscal están diseñados e implementados para cumplir el propósito de controlar el tipo de cambio (…) La baja del tipo de cambio ha estado directamente ligada al endeudamiento público fiscal y cuasifiscal. Y advierte: “Los dólares del Fondo no son infinitos ni la bicicleta financiera puede sostenerse indefinidamente”. Más claro, agua.
Los problemas comunes de los argentinos no se resuelven con demonizaciones ni enfrentamientos estériles, ni eternizando o dramatizando la grieta. Como lo expresó este sábado con su medida prosa el analista Eduardo Fidanza: “Es preciso entenderlo: no hay dos países, ‘el bueno’, que es el de los míos; y ‘el malo’, que es el de los otros. Existe uno solo, con déficits históricos y estructurales dramáticos que deben resolverse a través de políticas de Estado consensuadas”.